La lucha del pueblo por nuestros territorios
La humanidad está atravesando una crisis que lejos de ser meramente económica, como pretenden quienes sólo les preocupa la rentabilidad de sus empresas, bancos, bonos y acciones, es también una gravísima crisis ambiental y del modelo de civilización impuesto por el capitalismo, que no sólo degrada nuestras formas y condiciones de vida haciéndolas insoportables, sino amenaza con la destrucción del planeta mismo.
La preocupación de estos sectores sigue siendo mantener sus ganancias, profundizando la explotación del trabajo y el saqueo de nuestros pueblos y territorios. No casualmente, en estos días, en el Perú, están masacrando pueblos originarios y destruyendo
Más en general, el calentamiento global, el agotamiento del agua potable y la contaminación ambiental son productos necesarios de un capitalismo incapaz de repensar –por imperio de su propia lógica- su concepción de lo que es el progreso, el desarrollo y la producción. Vale como ejemplo lo que sucede con el inminente agotamiento de los combustibles fósiles. En vez de acudir al uso de energías alternativas, no contaminantes y de menor costo, como la energía eólica o la basada en el hidrógeno, se prefiere apostar a los agrocombustibles, que sumirán en el hambre a millones, pero resultan mejor negocio para las multinacionales automotrices, petroleras y del agronegocio.
En nuestro país –más allá de la retórica de la pareja gobernante- se intensificó la depredación del ambiente, la contaminación de pueblos y aguas, la destrucción de glaciares y bosques y la desertificación de tierras antaño fértiles, a partir de la extensión del monocultivo transgénico y la opción por la expansión minera. Con la consiguiente expulsión de hombres y mujeres de estas tierras y su hacinamiento en villas miseria o casas ocupadas de las grandes ciudades. Ciudades que se tornan cada vez más grandes e inhabitables, donde prevalecen los intereses inmobiliarios por sobre las necesidades de vivienda y de espacios verdes, al tiempo que se profundizan la mercantilización de la cultura y la privatización y fragmentación de lo público.
Todo en nombre del “desarrollo” que pregonan nuestras clases dominantes y con el que el imperialismo busca construir consenso para su ofensiva neo-colonial. Dejar de ser “sub-desarrollado” pasa la confiabilidad obtenida frente a los Bancos y organismos internacionales de “desarrollo” pagándoles millones mientras nuestro pueblo permanece en la miseria. Pasa por atraer a las grandes empresas mineras, automotrices o agroindustriales para que extraigan nuestras riquezas y contaminen nuestras tierras, bajo el supuesto de que eso trae “trabajo” y desarrollo”. Pasa por aplicar las obras públicas anunciadas por el gobierno, plenamente concebidas en el marco del IIRSA (Integración de
Pero desde
Alguna vez un vecino de Gualeguaychú comentó, “empezamos enfrentando la contaminación de una empresa y nos encontramos con que estábamos enfrentando al capitalismo”. Consecuentemente, comienza a cuestionarse ¿cómo producimos? ¿qué producimos? y ¿para quién? Se comienza a luchar por recuperar la capacidad de decidir sobre nuestra vida y sobre como vincularnos entre nosotros y con la naturaleza, recuperando valores que no son extraños en nuestra América Latina y creando nuevos valores y saberes. Y se comienza a ver –estamos en los comienzos- a todas nuestras luchas como expresiones del mismo problema que despoja a los y las trabajadoras, al tiempo que destruye nuestra casa, el planeta en que vivimos. Sólo los principales perjudicados somos los interesados en construir, creativamente -aunque aprendiendo de las experiencias históricas de las luchas populares- soluciones y alternativas para esta crisis profunda y global.
Es por eso que tenemos en nuestras manos una tarea histórica que no será posible resolver en la fragmentación del cada cual en la suya y por su propia necesidad. Experiencias que buscan y caminan la unidad son un nuevo soplo de esperanza. En este sentido,
Nota publicada en la Revista Cambio Social #4 - FPDS